Sobre la hierba ribereña caía la sangre que manaba de su costado. Vio el puñal abandonado del agresor, lo tomó en la mano. El quinto y último hijo de Arturo el poderoso levantó el brazo armado por la ira para atentar contra sí mismo, para completar la tarea que Remedes no había finalizado, pero entonces el amor por Bel se transformó súbitamente en odio por aquellos dos hombres salidos de la nada que le habían arrebatado lo más valioso que alguien puede tener. No miró hacia atrás al alejarse en el caballo, al seguir los pasos de aquellas dos sombras que nublaron en un instante el cielo de su existencia. Pero Pol no perseguía: huía de tanto como había perdido, huía de la pesadilla que había suplantado a una realidad tan hermosa que acaso era demasiado bella para que un hombre la viviese. Pensaba en las caricias y en los…
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JOSÉ ÁNGEL ORDIZ
27 de octubre de 2015 at 23:32
A esto venía antes de toparme con la frase, tan recomendable además, de Alejandro Casona (me acordé, ya ves).
ManuBlogmaster
28 de octubre de 2015 at 7:40
Gracias por comentar. Un abrazo.